miércoles, 5 de octubre de 2016

Doloroso Amor



No esperaba verla aquella noche de septiembre. Realmente no esperaba verla nunca más y sentir que su corazón latía a más ritmo del normal. Las viejas sensaciones no se repetían en su angustioso interior, simplemente la amaba y no podía demostrarlo de la forma más cabal posible.

Era un hombre torpe, brusco en ocasiones y completamente novato en aquellas cosas de expresar sus sentimientos. ¿Cómo podía demostrarle que la amaba? ¿Unas sonrisas o unas palabras para que ella tomase la iniciativa que a él le costaba tanto? No. Ella era demasiado tímida también. Probablemente más novata en asuntos del amor o, al menos, en declararlos. Si algo quería lograr debía de decirle que la amaba y que no soportaría un día más si ella. Lanzarse a por sus labios, no dejarla reaccionar pudiendo ganarse su eterno odio. Era incapaz de tan terrible acción. No era valiente. Era un cobarde.

Una duda llegó a su corazón a los minutos de estar en su compañía. Quizás el sentimiento de amor se había tornado a uno peligroso de cariño. Peligroso porque las pulsaciones ya no eran inquietas. ¿Por qué en su estómago no sintió vacío como en otras ocasiones? ¿Qué ocurrió? ¿Era posible que la distancia, el tiempo, sus caminos, el haber tardado meses en verla,…hiciesen qué lo que él había sentido estuviese desapareciendo?

A las dos horas de estar en su compañía comprendió que no tenía miedo a aproximarse a ella. No dudaba en rozarla. No temblaba al mirarla a los ojos. Tenía una seguridad demasiado extraña. La seguridad que le daba el no amar a la persona que permanecía a su lado. Y esa fue la manera en que la certeza le cayó como un jarro de agua fría.

Se sintió mareado y decidió irse a un lavabo.

Lloró en silencio mientras la música del bar le hacía estallar la cabeza.

Agachó la cara contra el agua fría que salía del grifo y gritó.

Una suave voz le sacó de aquella pesadilla, haciéndole ver que se había equivocado. Una simple frase le devolvía la vida que creía pérdida, le traía el aire que necesitaban sus pulmones. Conocía la voz de ella con tanta seguridad como con la que sabía que sólo era su imaginación. Sabía que las palabras le daban aire pero a la vez le destruían. La tragicomedia seguía en marcha mientras su mente repetía.

“No se llora por dejar de amar”.


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